Pater Josef Kentenich Portraits

Mirar realmente

“Debo verme rodeado de todos los beneficios de Dios: no imaginarme beneficios, sino verlos realmente con una alegría intensa, con ojos despiertos.” J. Kentenich



La mirada tierna detrás de lo que me hace bien

Los beneficios no son simplemente cosas con las cuales yo mismo me hago algo bueno. El significado de esta palabra habla de “algo bueno que hace alguien para otro”. Esta es la explicación del término, y ello significa: detrás de lo que nos hace bien hay alguien que nos quiere bien.

El Padre Kentenich habla de los beneficios de Dios. La misericordia de Dios se hace perceptible para nosotros en muchas cosas que Él nos regala diariamente. Lo decisivo es que desarrollemos la capacidad de aprender a recibir sus regalos “personalmente”.

Las sorpresas del amor de Dios

En un estado totalitario una joven fue a parar a la cárcel junto con otra por causa de sus actividades religiosas. Ellas conocían al Padre Kentenich y de él habían aprendido a creer firme y sencillamente en el amor de Dios Padre. Y durante el duro tiempo de su prisión no perdieron esta fe. Al contrario: obtuvieron de su fe la fuerza para soportar las constantes torturas de los poderosos comunistas.

Esta mujer relata más tarde que en la prisión aprendió un arte poco común: concentrarse en pequeñeces y tomarlas como sorpresas del amor de Dios. Ella dice: “Tuve que ir a la prisión para aprender este arte. Antes yo reaccionaba solo ante lo grande. Mi vida era como algo obvio. Todo era obvio.” Pero la prisión le cambió la óptica y aprendió a descubrir pequeñeces: En la prisión veían solo muros grises. Un día vino un pájaro. “Desde entonces amo a los pájaros.” En otra ocasión, teniendo que recorrer el patio con otros 900 prisioneros – “solo muros grises, el gris quita la alegría” – “de repente vi un pasto verde. Era tan lindo. Allí se valoran estas cosas”. En la prisión no había picaportes. Desde entonces “todo picaporte es un regalo”, “los picaportes son para mí una señal de libertad”.

Mínimas pequeñeces. Pero, según ella: “Cada pequeñez es amor, en todas partes hay huellas del amor de Dios.” Y añade: “Solo cuando vemos las pequeñas pruebas podemos seguir desarrollándonos con felicidad.”

Quien descubre las sorpresas del amor de Dios en cosas tan pequeñas no tiene un temor constante ante las “sopresas malas” que Dios le pudiera exigir. Precisamente a través de estas pequeñas experiencias siempre nuevas crece una confianza enorme en la bondad de Dios. Debemos “desarrollar una sensibilidad para captar verdaderamente los beneficios de Dios incluso cuando se trata de las más pequeñas pequeñeces”, así dice el Padre Kentenich.

Estar allí cuando Dios quiere regalar

Una señora contó que su nieto ya desde sus cuatro años de edad había viajado con sus padres varias veces, había visto y vivenciado ya mucho. Cierta vez, luego de uno de estos viajes, la señora le preguntó a su nieto: “¿Qué fue lo que más te gustó esta vez?” El pequeño le contesto: “En realidad, nada. Siempre es todo lo mismo.”

Frente a esto, un papá cuenta que hizo una excursión con sus hijos y al final del día les preguntó qué era lo que más les había gustado. El mayor dijo que el viaje en barco, el más pequeño dijo que las cabras. Su hijo de seis años se quedó pensando en silencio. De repente se le iluminó la cara y le dijo radiante al papá: “Papá, me gusta todo, el mundo entero.” Es también un arte ver lo hermoso concreto. Un exceso de impresiones puede cegar nuestros ojos de tal modo que ya no percibamos más nada.

Por eso es importante estar atentos a los momentos en que Dios esconde una “sorpresa de amor” para nosotros personalmente. Esto necesita tiempo y recogimiento.

Un grupo de mujeres jóvenes se reúne una noche. Tienen un modo especial de enriquecerse mutuamente sin demasiadas complicaciones: Cada una cuenta algo que haya sido lindo para ella en el último tiempo. “Para mí es algo hermosísimo contemplar el juego de los colores en la naturaleza”, cuenta una estudiante. “Vivo cerca de un lago. A veces me siento allí y admiro el juego de colores, cómo va cambiando la tonalidad del agua con el paso del sol, cómo se espejan los árboles en el agua, cómo el viento encrespa al agua. Hace poco, después de una lluvia fuerte salió el sol y se formó un arco iris maravilloso. Yo me admiré mucho de lo que puede surgir del agua y de la luz. Me fascinaba pensar qué grande debe ser quien hace surgir algo tan admirable a partir de cosas tan pequeñas. Y me quedé mirando el arco iris y de repente se despertó una gran alegría en mí por este Dios, que puede hacer tales cosas.”

Estar atentos cuando Dios quiere obrar beneficios a través de nosotros

Experimentamos el amor de Dios no solamente mediante los beneficios que nos regala. Muchas veces son beneficios que Él regala a través de nosotros los que nos enriquecen. A veces, lo que parece un contratiempo molesto es, en realidad, un requerimiento de Dios para que le hagamos el bien a otros. Al respecto una experiencia en un frío día de diciembre: dos jóvenes mujeres están regresando en tren de un día de excursión. En su vagón se escucha una discusión: el revisador de los billetes de tren le explica a una mujer iraquí con tres niñas que no puede utilizar este tren porque su billete es recién para pasado mañana. A pesar de pedir insistentemente – el billete ya está pago – la mujer debe comprar otra vez los billetes. Así parece que el caso ya está resuelto. Esta madre se baja del tren con sus tres niñas en la misma estación en la que se bajan las dos jóvenes, las cuales corren lo más rápido posible para tomar el próximo tren, pero llegan un minuto más tarde y el tren parte sin ellas. Un contratiempo molesto: ya es tarde, está nevando y la estación no es acogedora. Ambas llaman a casa para pedir que las pasen a buscar, pero deben esperar un poco. Entonces se acerca la madre con las tres niñas y les explica que pertenece a una familia de asilados. La mujer ha entregado casi todo el dinero que le quedaba por causa del segundo billete de tren, y ahora les aguarda un viaje de unas dos horas hasta su casa. En la estación de tren también se han negado a adelantarle la fecha del billete de tren, y les falta ahora exactamente treinta euros para comprar un nuevo billete de tren. La hija menor, de unos ocho años de edad, está agotada y tiene hambre. Las dos jóvenes no dudan: le compran el billete a la mujer y le dan dinero para que le compre comida a sus hijas, y le dan también un par de dulces que tienen ellas en sus carteras. La madre y las tres niñas están sumamente agradecidas. Cuando al poco rato ambas están sentadas ya en el auto bien calefaccionado que las ha pasado a buscar, dice una de ellas: “¿Ahora sabes por qué teníamos que perder el tren?” La otra comprende inmediatamente y las dos se alegran por esta experiencia. Quien le brinda un beneficio a otro gracias a su corazón abierto, se enriquece a sí mismo.

 Una reserva para tiempos de escasez

Si nos acostumbramos a darnos cuenta de por lo menos un beneficio de Dios por día, entonces surgirá lenta pero también hondamente la certeza en nuestra alma, de que Dios nos quiere bien, que Él es bueno con nosotros. Así con los años conservaremos en la memoria de nuestro corazón una gran cantidad de pequeñeces, una cadena infinitamente larga de beneficios y misericordias” (J. Kentenich). Cuando Dios entonces nos pida cosas difíciles, estas experiencias nos ayudarán a confiar también en esos momentos en su bondad.

Comencemos ya hoy a hacerlo: a darnos cuenta muy conscientemente de las pequeñas sorpresas del amor de Dios – con una alegría intensa, con ojos despiertos.