Nuestra debilidad se convierte en obstáculo
si la cultivamos, si no la usamos como trampolín
para llegar a los brazos de Dios.
J. Kentenich
Una propaganda de minitrampolines usa este eslogan. Otra menciona “1000 motivos” por los cuales se debería usar un trampolín elástico. Entre otros se menciona: se aumenta el vigor y la resistencia, se educa el sentido del equilibrio, se eleva la confianza en sí mismo, se entrena el cerebro. Confiere una buena postura y nos ayuda a desahogarnos.
Lo que se destaca aquí de un minitrampolín se puede aplicar, en el campo espiritual, a los “saltos de trampolín” que recomienda el Padre Kentenich: utilizar nuestra debilidad como un trampolín para saltar a los brazos de Dios.
No es lo más habitual ver las debilidades como una oportunidad para saltar mejor a los brazos de Dios. No en vano remite el Padre Kentenich a la reacción contraria: fácilmente estamos tentados de cultivar nuestras debilidades. Caemos más rápido de lo que pensamos en esta tentación.
Una forma es la “conducta-disculpa”: encontramos explicaciones de por qué esta o aquella debilidad es inevitable. Estoy muy cansado y por eso exploto rápidamente; me absorve mi tarea profesional y por eso no puedo estar para los demás también en mi tiempo libre, necesito paz ... La “conducta-disculpa” lleva a acomodarnos en nuestras debilidades.
Otra forma de darle espacio a nuestras debilidades es la resignación. Esta se exterioriza en sentimientos de inferioridad. Los sentimientos de inferioridad cercenan la energía para lo bueno porque cada fracaso es considerado una confirmación de que “no puedo nada, no soy nada”. Una tercera forma de aferrarnos a nuestras debilidades es el condenarnos a nosotros mismos. Entonces siempre hay cosas que no nos podemos perdonar. No puedo perdonarme haber desaprobado el examen, haber quedado tan mal ante los colegas, haber fallado en los cálculos de mis finanzas. Me condeno por tener debilidades puesto que no debería tenerlas. De este modo las cultivo y se mantiene su efecto negativo.
El Padre Kentenich dice que no debemos cultivar nuestras debilidades sino utilizarlas como trampolín para saltar a los brazos de Dios. Para ello puede ser útil un consejo que él mismo dio cierta vez:
Una persona habló sobre sus límites y debilidades con el Padre Kentenich. Ella le dijo que le costaba cada vez más caer siempre en las mismas faltas. El Padre Kentenich le respondió que, en tales momentos debía decirse a sí misma: “Ahora recuperé mi nivel.”
Esta persona se admiró de tal respuesta, y el Padre Kentenich le explicó: las faltas y las debilidades son parte del ser humano. Las tenemos durante toda la vida. Pero en esto consiste nuestra dignidad como hijos de Dios: en ser aceptados por Dios con nuestras debilidades. San Pablo resume esta experiencia con las palabras: “Me glorío de mi debilidad para que se manifieste en mí la fuerza de Cristo” (2 Cor 12,9). “Me glorío” significa: aprovecho de un modo positivo mis debilidades, las veo como un trampolín para saltar hacia alguien más fuerte, hacia Cristo, a los brazos paternales de Dios.
El Padre Kentenich da consejos concretos acerca de cómo pueden convertirse nuestras debilidades en trampolín para saltar a la misericordia de Dios Padre:
“No asombrarnos. ¿No asombrarnos de qué? De las tentaciones y dificultades de nuestra vida, de las vilezas de nuestra vida. No asombrarnos”, dice el Padre Kentenich a jóvenes y agrega: “Si nos asombramos, entonces a lo máximo asombrarnos de que no es peor todavía.” Ya se ha mencionado la idea que nos puede ayudar a no asombrarnos: “Ahora recuperé mi nivel.”
En otra oportunidad dice claramente el Padre Kentenich: “Si me asombro, generalmente sucede por orgullo.” Este orgullo es el que nos lleva a condenarnos a nosotros mismos. O la segunda variante: a reprimir nuestras debilidades. El Padre Kentenich remite al respecto a las palabras de Nietzsche: “‘Lo he hecho’, dice mi memoria, ‘no puedo haberlo hecho’ – dice mi orgullo y permanece inflexible. Finalmente la memoria cede” (F. Nietzche). Solo seremos sinceros ante nosotros mismos cuando hayamos superado este falso orgullo. El Padre Kentenich menciona un camino de educación para ello: llegar a ser un “milagro de humildad” (J. Kentenich).
Un piloto experimentado relata que se preguntó varias veces por qué Jesús tuvo que morir de una manera tan humillante. Más tarde se dio cuenta de que la humillación pertenece al camino normal de la convivencia, sin humildad no funciona la sociedad humana. Y añade que la línea aérea Lufthansa, examinando los casos de accidentes aéreos, llegó a la conclusión: la mayoría de los accidentes tuvieron como causa el hecho de que el piloto no aceptó las indicaciones del copiloto. Desde entonces se hace mucho hincapié en la formación de los pilotos en que se escuchen y valoren mutuamente. Esto preserva literalmente de caídas a tierra.
La humildad no está de moda, parece ser algo de caracteres débiles. La visión del Padre Kentenich: “¿Consituye esto una contradicción: la humildad y una sana autoestima? No. Observen la vida de la Santísima Virgen: ‘El Poderoso ha hecho cosas grandes por mí...’, ‘En adelante todas las generaciones me llamarán bienaventurada’. Una sana autoestima.”
Y añade que la humildad sana protege de perturbaciones nerviosas puesto que preserva de la presión: “Si los demás se enteran de..., si aquél supiera cuán débil soy. Estoy preocupado en tapar mis faltas” (J. Kentenich).
El Padre Kentenich menciona además:
“Esto es lo más importante. Vivimos en un tiempo de desánimo y de desanimados; tenemos que saber esto” (J. Kentenich). El desánimo le da espacio a los sentimientos de inferioridad. En vez de esto, debemos convertirnos en un “milagro de confianza” (J. Kentenich). “Debemos cultivar a fondo la confianza, también una sana confianza en sí mismo, una sana confianza en los hombres, una sana confianza en Dios. Y esta es la solución de muchas enfermedades anímicas actuales” (J. Kentenich). – Y finalmente el consejo:
Acomodarse a las propias debilidades es lo que hemos mencionado más arriba como el “conducta-disculpa”. El Padre Kentenich comenta que “no deberíamos decir por ejemplo: es así, no puedo obrar de otra manera, dejo correr todo”. Y otra vez explica: “No solo Dios sino también yo debo trabajar. Si he cometido una falta, entonces no asombrarme, no desanimarme, sino empezar enseguida de nuevo. Trabajo – y trabajo muy seriamente.”
Este es el remedio: “Llegar a ser un milagro de paciencia, de clemencia y de bondad: con otras palabras: no ser blando, pero sí paciente en la actitud” (J. Kentenich). Paciente conmigo mismo en mis límites y debilidades, pero también con los otros.
En la persona del Padre Kentenich se puede ver cómo un hombre puede cultivar seriamente y con tranquilidad estos ejercicios de trampolín para saltar en los brazos de Dios Padre. Él sabía cómo manejarse con la alabanza, se alegraba, pero no era dependiente de ella. También sabía manejarse con la crítica, con acusaciones injustas: aclaraba las cosas pero no se ofendía personalmente. Solía decir: también a través de esto me conduce Dios.
También en situaciones muy tensas el Padre Kentenich permanecía tranquilo. Podía decir: ¿Será que el buen Dios sonríe por aquello que a nosotros nos inquieta? Y así sonreía él también.
Veía la seriedad del tiempo con más claridad que muchos de sus contemporáneos. Pero vivenciaba una y otra vez que la misericordia de Dios es más fuerte que todos los poderes destructores. Esto le daba una gran seguridad: “Confiar, confiar en toda circunstancia” (J. Kentenich), este era el pedido que solía hacer. No deberíamos “dejar asomar ni la más pequeña intranquilidad. ¿Por qué esta intranquilidad? Es el Dios eterno el que asume el rol principal. Es el buen Dios quien utiliza todo, sobre todo nuestras miserias y debilidades para atraernos muy hondamente a su propio corazón” (J. Kentenich).
Aprovechemos este año de la misericordia para aprender a utilizar adecuadamente nuestras debilidades como trampolín: para saltar una y otra vez al corazón de Dios Padre.
(c) Secretariado Padre José Kentenich