Pater Josef Kentenich Portraits

Vuelve a nosotros tus ojos misericordiosos

Hoy hay pocos, muy pocos ojos misericordiosos.
Podrá haber muchas personas que hagan el bien, pero no partiendo de un corazón misericordioso. Vean, los hombres están desamparados y claman por un corazón maternal, por una mirada maternal.

J. Kentenich

 

Ojos misericordiosos

En una novela se relata la siguiente escena: un párroco visita a un moribundo que hace años se ha apartado de la fe. El párroco quiere conquistarlo para que se abra y reciba la unción de los enfermos. En vano. El párroco sale desanimado de la habitación del enfermo, la enfermera entra. Un cuarto de hora más tarde, ella sale de la habitación y le pide al párroco que le administre al moribundo la unción de los enfermos: él está dispuesto. Lleno de admiración el párroco se dirige al enfermo y le administra el sacramento. Antes de partir quiere saber qué ha obrado el cambio y le pregunta: “¿Qué le dijo?” El hombre responde: “No me ha dicho nada, solamente me ha mirado.”

Ojos misericordiosos alcanzan mucho más que lo que pueden alcanzar palabras y argumentos. Alcanzan a los hombres en una profundidad que, muchas veces, se le ha vuelto ajena al mismo hombre. Lo cambian porque los ojos misericordiosos dejan traslucir la mirada de Dios.

“Cuando tú me mirabas
su gracia en mí tus ojos imprimían;
por eso me amabas,
y en eso merecían
los míos adorar lo que en ti veían.

No quieras despreciarme,
que, si color moreno en mi hallaste,
ya bien puedes mirarme
después que me miraste,
que gracia y hermosura en mi dejaste.”

Así reza San Juan de la Cruz. Quien se experimenta mirado así por Dios comienza a ver más profundamente su propia debilidad, toda forma de debilidad e impedimento humano: Dios deja gracia y hermosura en el hombre, y esta hermosura – lo santo – le otorga al hombre su dignidad, lo hace digno de ser amado.

El clamor por un corazón bondadoso

Allí donde se practica el bien por causa de estima natural se topa uno rápidamente con sus límites. Una estudiante informa acerca de una práctica realizada en un hogar para jóvenes: “Aquí muchos niños y jóvenes se consideran a sí mismos absolutamente tontos y expresan que no saben qué tienen que hacer en este mundo, ya que son solo causa de estrés para aquellos que los rodean.” En cuántas parejas de repente uno de los dos se vuelve “superfluo” para el otro solamente porque tiene límites humanos, es decir, no satisface todas las exigencias, o simplemente porque se ha encontrado a otro “más interesante”.

Ver a los hombres con los ojos de Dios cambia la valoración: el hombre es siempre más que sus posibilidades y sus imposibilidades. Él es amado personalmente por Dios. En la época en la que Israel atraviesa por lo más difícil de su historia, en el exilio babilónico – cuando el mismo Yahvé llama “gusanito” a Israel (Is 41,14) –, Yahvé le anuncia que lo liberará. Él entrega a naciones y pueblos: a Egipto, Cus y Sebá a cambio de Israel (Is 43,3). ¿Por qué hace Dios esto? “Porque tú eres de gran precio a mis ojos, porque eres valioso, y yo te amo” (Is 43,4). Si el hombre se deja rodear por la mirada misericordiosa de Dios, entonces capta quién es él realmente.

El P. Kentenich escribe: El hombre es el ser “mirado con amor por Dios, acogido por Él, quiere ser confirmado por Dios y quiere que Dios se valga de Él como instrumento. Es el ser que debe mirar a Dios con amor si no quiere atrofiarse” (J. Kentenich).

Una experiencia que libera

Una mujer atraviesa una situación muy difícil: su segundo hijo tiene apenas un par de meses cuando ella nota que su esposo tiene otra mujer. Ella comienza a perder la confianza en los demás. Envuelta en el dolor y la desilusión, suele caminar durante horas por la naturaleza. Cierta vez descubre en su camino un santuario de Schoenstatt. Entra, y al contemplar la imagen de María allí nota: Ella me mira. “Era una mirada abierta, pero yo no la podía soportar. Cambié de lugar – me volví a encontrar con su mirada. Y sin embargo no podía irme.” Se quedó largo tiempo sola en el santuario, y comenzó a visitarlo siempre, llevando su dolor a María Santísima, contándole todo. Con el tiempo se fue tranquilizando. Una vez vio en el santuario una invitación a un encuentro y se decidió a participar del mismo. Allí conoció a otras mujeres por las cuales se sintió comprendida. “Volví a sentir que vivo y que no soy nadie ... Y un día, estando aquí en la capilla, me descubrí ya no maldiciendo a mi esposo sino rezando por él. Yo nunca había hablado negativamente a mis hijos de su papá, pero yo lo despreciaba. De repente me di cuenta de que podía entregárselo a María, que podía rezar por él. Esto desató algo en mi interior.”

Lo que experimentó esta mujer lo describe el P. Kentenich muchas veces como el don de gracias especial de nuestros santuarios de Schoenstatt: mediante el encuentro con la Santísima Virgen vivenciamos la bondad y la misericordia de Dios Padre. Esto sana heridas, quita la amargura espiritual. María nos hace experimentar a Dios como “la figura paternal, la figura paternal que nos mira positivamente, una figura paternal que no puede hacer otra cosa más que amarnos indescriptiblemente.” Así lo describe el Padre Kentenich y añade: “Esto es tan esencial que nuestra imagen de Dios es la del amor divino, pero no la imagen del amor divino justo sino la imagen del amor infinitamente misericordioso.”

Hacer el bien partiendo de un corazón misericordioso

Como cristianos estamos llamados en este año de la misericordia a colaborar a que los hombres experimenten: tú eres amado personalmente por Dios – no por tus cualidades sino porque tú eres valioso para Él. La Alianza de Amor con María nos fortalece para esto. Entonces será posible incluso alcanzar personas que parecen ya no ser accesibles de ninguna manera. También en esto la vida del P. Kentenich es un testimonio luminoso. También allí donde no podía hablar de Dios, anunció a Dios mediante la fuerza de su propia humanidad. Un ejemplo es el tiempo que pasó prisionero por el poder nacionalsocialista en el campo de concentración de Dachau. El jefe de bloque, Hugo Guttmann, un comunista convencido, que hablaba mal de la Iglesia y de los sacerdotes. Pero pronto se dio cuenta de que el P. Kentenich es diferente. Observa que por ejemplo él no vacía su ración de comida sino que deja siempre algo para otros prisioneros. “Me agrada este hombre”, dice el jefe. “Cuando quiero darle algo especial para que coma, lo rechaza y me pide que se lo dé a otro. Siendo el hambre tan intenso, todo prisionero acepta de buen grado lo que uno le ofrece de más. Pero el P. Kentenich dice: ‘Déselo a alguien que tenga más hambre que yo’.”

Otro comunista que llega al campo lleno de desconfianza en los “curas”, camina todas las noches, cuando puede, con el Padre Kentenich por las calles del campo. Este calla acerca de estas conversaciones. Solo menciona más tarde que, cuando el comunista iba a ser transportado a otro campo, le pregunta cómo puede recompensarle todo lo que le ha brindado. El P. Kentenich le responde: “Si quiere causarme alegría, prométame que leerá cada día algo de la Sagrada Escritura.” Todo lo demás lo deja confiado a la gracia de Dios.

Un sacerdote prisionero con él que pertenece al Movimiento de Schoenstatt dice, mirando retrospectivamente este tiempo: “Él tenía ojos abiertos en todas partes ... Estando yo enfermo con mucha fiebre, vino un día el P. Kentenich con una taza de sopa y me la dio con mucha amabilidad. Ayudó mucho a schoenstattianos y no schoenstattianos durante la epidemia de disentería. Y él mismo tuvo esta enfermedad. Lo noté cuando trabajé más tarde con él. Pero el P. Kentenich nunca lo dijo. Soportó la enfermedad en silencio y la superó.”

El P. Kentenich no solamente dio ejemplo de lo que significa ayudar a partir de un corazón misericordioso, sino que también señaló qué le daba la fuerza para vivir así: la vinculación con María Santísima en el santuario de Schoenstatt, la Alianza de Amor con Ella.

El mes de mayo en el Año Santo de la Misericordia es una invitación a acogerla a Ella en nuestra vida. El Papa Francisco invita a todos los creyentes: “La dulzura de su mirada nos acompañe en este Año Santo, para que todos podamos redescubrir la alegría de la ternura de Dios.… Dirijamos a ella la antigua y siempre nueva oración del Salve Regina, para que nunca se canse de volver a nosotros sus ojos misericordiosos y nos haga dignos de contemplar el rostro de la misericordia, su Hijo Jesús.” (MV 24).

 

© Secretariado Padre José Kentenich