Pater Josef Kentenich Portraits

El 24 de diciembre de 1965
La gran experiencia de la misericordia de Dios

En la Nochebuena de 1965 cerca de las 18.00 hs, el santuario original en Schoenstatt se convierte en el lugar de una hora histórica: el Padre Kentenich, fundador del Movimiento internacional de Schoenstatt, regresa, después de catorce años, a aquel lugar donde Schoenstatt comenzara.

Esta larga ausencia no había sido elegida libremente por él. Ésta había sido dispuesta por la máxima congregación romana, el Santo Oficio.

El Padre Kentenich mismo había reaccionado con una gran tranquilidad ante esta disposición. Él mismo había pedido un examen por parte de la Iglesia, incluso la había desafiado. Aun cuando no había contado con medidas tan dramáticas: era el anhelo de su corazón que la Iglesia examinara su obra y la acogiera. Considerando la historia de la Iglesia, constató que muchas fundaciones novedosas habían tenido que pasar por pruebas de fuego similares.

Como rayos del cielo

El teólogo Hans Urs von Balthasar escribe: “Hay misiones que parecen disparadas como rayos del cielo sobre la Iglesia y que han de presentar a ésta una voluntad única e inequívoca de Dios. Y hay, por otra parte, misiones que brotan del seno de la Iglesia y de la comunidad, del seno de las órdenes religiosas y que, por su pureza y consecuencia, se convierten en modelos para los demás.” (Hans Urs von Balthasar, Teresa de Lisieux. Historia de una misión, Herder, Barcelona, 1989.) Es evidente que las misiones que el Espíritu Santo dispara sobre la Iglesia, en un primer momento tienen un efecto que causa extrañeza y alarma. Generalmente deben pasar por duras pruebas antes de que sean reconocidas como suscitadas por el Espíritu.

Testimonios provenientes de la historia de la Iglesia

El fundador de los Jesuitas, Ignacio de Loyola, fue acusado no menos de nueve veces ante la Inquisición*. Incluso estuvo detenido por algún tiempo.

José de Calasanz, el fundador de los Escolapios, había sido nombrado por el Papa Urbano VIII como general de su fundación por todo el tiempo de su vida. Diez años más tarde, por una acusación, fue destituido. Más tarde se demostró que esta acusación era una intriga.

Teresa de Ávila debió pasar durante varios años por una agotadora prueba de la Inquisión hasta que fue reconocido su camino espiritual, un camino no habitual en aquel tiempo. Más tarde fue la primera mujer nombrada Doctora de la Iglesia.

Mary Ward fue detenida durante nueve semanas como hereje por causa de su fundación novedosa. El juicio de la Inquisición culminó con su justificación, pero su fundación estaba disuelta y así prosiguió. Recién 50 años después de su muerte la Iglesia reconoció el Instituto que Mary Ward había fundado, las “Señoritas Inglesas”. Pasaron casi 200 años hasta que el Papa permitiera designar a Mary Ward como la fundadora del Instituto.

Misiones que se asemejan a rayos del Espíritu Santo, actúan en la Iglesia no pocas veces como contradictorias, escribe Hans Urs von Balthasar. Contrarían lo que existe hasta el momento. Cuesta muchas luchas hasta que se aceptan. Pero son necesarias porque el Espíritu Santo señala precisamente por su medio, caminos nuevos para la Iglesia.

Prueba de fuego para el auténtico seguimiento de Cristo

No en último término en la manera como las personalidades de los fundadores aceptan e interpretan estas pruebas, tiene la Iglesia un criterio del auténtico seguimiento de Cristo. El padre Kentenich cita una y otra vez en estos años las palabras del Resucitado a los discípulos de Emaús, las cuales eran evidentemente una luz para él en la situación que estaba viviendo: “¿No será necesario que el Mesías soportara esos sufrimientos para entrar en su gloria?” (Lc 24,26).

Cuando el Papa Francisco recibió en audiencia al Movimiento de Schoenstatt con ocasión de los cien años de existencia del Movimiento, dijo estar impresionado por la actitud del padre Kentenich en relación a “la incomprensión y el rechazo que el padre Kentenich tuvo que sufrir. Esta es una señal de que el cristiano avanza: cuando el Señor le hace pasar por la prueba del rechazo. Puesto que esta es la señal de los profetas”. Y una vez más confirmó él que la verdadera grandeza se muestra en cómo se acepta esta prueba: “El rechazo, ¿no? Ahí está el aguante. Aguantar en la vida hasta ser dejado de lado, rechazado, sin vengarse con la lengua, la calumnia, la difamación.” (Papa Franciso, Audiencia con el Movimiento internacional de Schoenstatt, 25.10.2014).

Una vivencia de Dios inconmensurablemente profunda

Uno puede preguntarse de dónde sacó el padre Kentenich la fuerza para tener esa actitud. Un autotestimonio que el padre Kentenich enunciara frente a una persona muy conocida por él en Milwaukee, nos brinda claridad al respecto. Durante un paseo, ambos hablaron de las grandes dificultades que se le ponían en el camino a él y a su obra. El padre Kentenich estaba cada vez más recogido y hablaba cada vez menos. Se podía percibir que estaba volviendo a vivenciar algunas estaciones de su camino de dolor. Luego dijo: “Pero esto jamás me alejó de la fe en mi misión. Siempre continué, tomé todo como evidente, como que simplemente hace al todo.” Y finalmente: “Todo esto es incomprensible, todo sería inconcebible sin una vivencia de Dios inconmensurablemente profunda.”

Una vivencia de Dios inconmensurablemente profunda. El padre Kentenich había vivenciado en la persona de la Santísima Virgen tan hondamente la bondad paternal de Dios, se había sentido tan aceptado personalmente por Ella en la Alianza de Amor del 18 de octubre de 1914, que todo tenía para él otra clave. Así, en los catorce años de prueba, vio a Dios sobre todo como el gran Educador y Guía. Siguió el camino que Dios le señalaba. No traspasó los límites que Dios le marcaba. Se hizo dependiente de arriba y de las puertas que Dios le abriera. Él podía esperar. Y le fue dado vivenciar cómo el Espíritu de Dios estaba actuando.

El Concilio Vaticano II

Cuando Juan XXIII inauguró en 1962 el Concilio Vaticano II, se perfiló un gran cambio en la Iglesia Católica. Algunas cosas que parecían raras o incomprensibles en el Movimiento de Schoenstatt quedaron ahora bajo otra luz mediante la nueva imagen de la Iglesia que, a tientas, reconocieron los Padres Conciliares. Lo que el Concilio percibió ahora como un llamado del Espíritu Santo a través de las voces del tiempo, esto ya lo había señalado con mucha anticipación el padre Kentenich y reaccionado ante ello por medio de su fundación. El clima en torno al padre Kentenich y al Movimiento de Schoenstatt se transforma. Un pensador eminente del Concilio, el cardenal Agustín Bea, expresó frente al padre Kentenich: “Sin el Concilio, usted jamás habría sido comprendido.”

En junio de 1965 se acordó con el cardenal Ottaviani, secretario del Santo Oficio, que se convocaría al padre Kentenich a Roma en el correr de octubre de 1965, para lograr una aclaración de las cuestiones en un diálogo inmediato. Se le pidió al padre Kentenich que preparara documentos para ello, cosa que él realizó.

Un dramatismo inesperado

El 13 de septiembre de 1965 el padre Kentenich recibió en Milwaukee un telegrama por vía telefónica que lo convocaba a Roma inmediatamente. Él siguió esta convocatoria lo más rápidamente posible y llegó a Roma el 17 de septiembre. Allí se constató que nadie había enviado este telegrama. Se llevaron a cabo amplias investigaciones sobre el origen del telegrama, pero éstas fueron infructuosas.

Todo hacía creer que el padre Kentenich había viajado a Roma por propia iniciativa. Los cardenales del Santo Oficio parecieron no poder evitar en su asamblea plenaria del 24 de septiembre de 1965 tener que enviar por eso de vuelta al padre Kentenich a los EEUU. El cardenal Bea procuró por ello dialogar con el padre Kentenich. Para por lo menos lograr una postergación del viaje “intentó que el padre Kentenich concediera que, dada su edad avanzada no estaba en la situación de hacer un segundo viaje atravesando el Atlántico en tan breve tiempo” (E. Monnerjahn, Pater Josef Kentenich, Vallendar-Schönstatt 1975, S. 304). Pero el padre Kentenich contestó que él se sentía en condiciones para hacerlo si el Santo Oficio lo decidía. El cardenal Bea estaba muy impresionado por ello. Él expresó que el fundador de Schoenstatt era un hombre de una obediencia incondicional y se empeñó con todas las fuerzas por él. El padre Kentenich mismo permaneció muy tranquilo en estas semanas llenas de tensiones. Dijo que veía en las turbulencias inesperadas el cumplimiento de su pedido a la Madre de Dios, que Ella mostrara con claridad que Ella quería y podía resolver su “caso”.

El 20 de octubre de 1965 la asamblea plenaria de los cardenales del Santo Oficio tomó la determinación decisiva: las actas del padre Kentenich deben pasar del Santo Oficio a la Congregación de Religiosos sin imponerle a ésta ninguna determinación. El 22 de octubre, el Papa Paulo VI confirmó esta decisión. Así el padre Kentenich estaba libre y podía regresar a su obra.

Ese día se cumplían exactamente catorce años de aquel 22 de octubre de 1951, cuando el padre Kentenich, por orden del visitador apostólico padre Sebastián Tromp tuvo que abandonar Schoenstatt. Así terminó un capítulo apasionante de la historia de la Iglesia reciente.

El 22 de diciembre de 1965 el Papa Paulo VI recibió al fundador de Schoenstatt en una audiencia. El padre Kentenich le agradeció al Santo Padre y le prometió que el Movimiento de Schoenstatt se empeñaría con todas sus fuerzas para que el Concilio tuviera consecuencias fecundas y que de este modo la Iglesia pudiera realizar su misión para el mundo de hoy.

Regreso a Schoenstatt

En la Nochebuena de 1965, después de catorce años, el padre Kentenich regresa a Schoenstatt.

En este momento no era importante para él lo que él mismo y sus colaboradores habían tenido que pasar en pruebas. Ya en Roma había expresado él claramente lo que quería retener en la memoria de estos difíciles tiempos de prueba: el 23 de noviembre, el cardenal Antoniutti le había dicho en una conversación: “Olvidemos el pasado.” El padre Kentenich le había respondido: “La cruz y el sufrimiento, las injusticias y cosas similares las olvidaremos. Pero las obras magnas de Dios y de la Madre de Dios que resplandecen en estos acontecimientos, no las podemos ni debemos olvidar.” Esta actitud le impresionó mucho al cardenal.

Cuando el Padre Kentenich ahora catorce años después, este 24 de diciembre, puede entrar otra vez al santuario original y a continación saludar a su familia espiritual en el aula del Colegio Mariano, hay para él otra vez un solo tema: las misericordias de Dios y de la Madre de Dios que fueron tan claramente palpables en este tiempo de prueba. En su salutación recuerda a San Pablo, quien se preguntaba por qué Dios había permitido tantos extravíos en el pueblo de Israel. “Y él encuentra la respuesta grande, hermosa, que cala tan hondo: para que pueda compadecerse tanto más de éste, su pueblo” (cfr. Rm 11,32).

El Padre Kentenich aplica estas palabras a los años pasados: el amor paternal de Dios ha permitido estas duras pruebas a él y a su Movimiento para que se grabe de modo profundo e imperdible la experiencia de cuán infinitamente misericoridoso es Dios y de que aquí – y no en la genialidad humana – radica el firme sostén de la Iglesia y de Schoenstatt.

“Todo es gracia”, había dicho él unas semanas atrás, el 17 de septiembre inmediatamente después de su llegada a Roma, cuando se preguntó: ¿cómo pudimos superar todo esto?

Todo es gracia”

Esta conciencia marcó al padre Kentenich en los apenas tres años de vida que le quedaron después de este 24 de diciembre de 1965 para fortalecer la fundación de su obra. Una y otra vez retomó el mensaje central que, como fruto de los años de prueba, le legó en testamento a su familia espiritual:

Dios es un Dios infinitamente misericordioso, y esta “nueva” imagen de Dios la necesita el hombre actual, quien se vivencia tan débil y sobreexigido en tantos campos. A esta experiencia de Dios corresponde también una nueva imagen del hombre: es el hombre que no fracasa por sus límites y miserias, sino que gracias a ellas se abandona tanto más en Dios. También la solidaridad mutua adquiere otra calidad: la nueva imagen de la Iglesia es una comunidad que no fracasa por las debilidades humanas sino que se abre tanto más a la gracia de Dios. Es la comunidad donde la bondad y la misericordia de Dios le da también a las relaciones mutuas una nueva calidad.

Para nosotros como Movimiento de Schoenstatt es un fortalecimiento del cielo el hecho de que, precisamente ahora, cuando miramos retrospectivamente 50 años del regreso de nuestro fundador, comienza un Año Santo de la misericordia. Este es el mensaje que el padre Kentenich nos trajo de los catorce años de prueba, es también aquello de lo que, como experiencia de nuestra historia podemos y queremos dar testimonio.


 

* El Papa Pío X cambió en 1908 el nombre por el de “Santo Oficio”, el Papa Paulo VI le dio en diciembre de 1965 el nombre actual: Congregación para la Doctrina de la Fe.