J. Kentenich
En las frases de esta tarjeta, el P. Kentenich remite a algo que vivenciamos todos constantemente: chocamos con nuestros límites. Desde el punto de vista del carácter: algunos se enfurecen fácilmente, otros reprimen las desilusiones y se cargan anímicamente, otros, cuando fracasan, se evaden en la actividad o en mundos de ensueño. También nuestras fuerzas chocan con límites hasta la vivencia del “quiebre personal”, como lo expresa el P. Kentenich. A ello se añade una serie de cosas de nuestra vida que salen mal.
Tales experiencias son comparables a un viaje por un túnel. El P. Kentenich mismo habla en este contexto del “túnel” por el cual nos lleva Dios una y otra vez. En un túnel no nos llega la luz del día, estamos estrechados. Se puede andar solo hacia adelante. Debemos confiar en que al final salimos otra vez al aire libre, ya que en el túnel no se puede dar marcha atrás y conducir en la dirección contraria.
Se construyen túneles allí donde no se puede transitar por un camino al aire libre, como por ejemplo, para atravesar una montaña. Conducir por tales túneles puede no ser agradable, pero ayuda a atravesar la montaña. No raras veces se abre luego una perspectiva nueva, un panorama nuevo.
Esto puede ser una imagen de aquello que el Padre Kentenich llama “un camino muy especial de amor por parte de Dios”: cuando aceptamos y pasamos por las experiencias de límite de modo adecuado (viaje por el túnel), estas nos hacen avanzar. Nos abren una nueva perspectiva.
Dios no nos deja nuestras miserias para no dejarnos crecer, como opinan algunos. Sino que Él quiere preservarnos de una actitud frente a la vida que irremisiblemente nos lleva al fracaso, al fracaso como personas individuales pero también al fracaso como humanidad. Es la actitud frente a la vida, el sentimiento vital: tenemos todo controlado.
Cuán equivocada es esta actitud lo vivenciamos claramente en la actualidad: las posibilidades humanas pueden crecer hasta lo genial – una y otra vez, al final queda la impotencia frente a factores destructivos. En un artículo del 28.2.2016 el diario “Spiegel” online dice: “El mundo se vuelve cada vez más pobre. Más radical. Más antidemocrático. Los autócratas dominan de forma más brutal, los fanáticos religiosos ganan cada vez más terreno, el auge económico no ayuda contra la pobreza: un estudio de la Fundación Bertelsmann ve al mundo en una peligrosa situación.” Es una situación peligrosa hecha por el hombre.
Así se llama un bestseller del sociólogo alemán Heinz Bude. Él describe el miedo como un permanente “murmullo de fondo” de nuestro sentimiento de vida. Es sobre todo el miedo a fallar, en lo cual el mundo parece cada vez menos controlable. Bude menciona como ejemplo el sistema de dinero y de financiamiento que nos atemoriza: “Es el miedo a que nadie domine este proceso porque todos estamos involucrados en él y cada uno espera algo para sí”, en las palabras de Bude.
La reacción: cada uno intenta tener bajo control todos los ámbitos de su vida lo más perfectamente. Pero como esto no funciona, cada vez más personas caen en la depresión.
Una descripción muy similar hace el filósofo Byung-Chul Han en su bestseller “La sociedad cansada”.
Con el trasfondo de tales procesos queda claro lo que quiere decir el P. Kentenich cuando declara: “Debemos considerar nuestras vivencias de miserias personales como un camino muy especial de amor por parte de Dios.” Tales experiencias nos muestran no solo de modo realista los límites de las posibilidades humanas (la oscuridad y la estrechez del túnel) sino que también pueden llevarnos a la experiencia de una irrupción: al final del túnel nos espera Aquél que tiene el poder, la sabiduría y la bondad para guiar efectivamente todo para el bien. El P. Kentenich dice que no deberíamos ver nuestras miserias como una manifestación carencial sino como una manifestación fundamental de la bondad de Dios. Y esto no es una humillación sino que nos permite crecer y salir al encuentro de la vida de una manera más soberana.
Con este comentario reacciona Maxi, el cincoañero, cuando su mamá llega a casa de vuelta con un neumático de la bicicleta pinchado. Está claro quién juega el rol decisivo en la reparación del neumático. Pero Maxi lo vive de otra forma: sin él, el papá no lo habría logrado. Maxi sabe reparar neumáticos – obviamente, en equipo con el papá. Y ¡qué contento está el papá de tener a Maxi!
Una imagen de la vida cotidiana, que también se puede aplicar a nosotros, los adultos: Dios quiere que nos desarrollemos, que experimentemos nuestra grandeza y nos alegremos por nuestras posibilidades. Pero precisamente por eso es importante para Él que reconozcamos con realismo: para muchas cosas soy débil. La vida actual no es controlable. El perfeccionismo no es el camino adecuado. Aprendemos a valorarnos realistamente mediante las experiencias de miseria. Entonces depende de que demos el paso correcto: en la sobreexigencia vincularnos a Dios, a su poder, a su sabiduría, a sus posibilidades. Él está siempre dispuesto para nosotros como un buen Padre. Le alegra abrirnos nuevas posibilidades de crecimiento en la relación con Él.
La palabra bíblica que describe esto es: misericordia. Cuando Dios se vuelve a nosotros con misericordia porque le salimos al encuentro con nuestras debilidades, no somos humillados sino que nos desarrollamos en nuestras capacidades. Esta es
a la sociedad del miedo. Nos aporta un “más” en comparación con una actitud de vida perfeccionista. La filósofa Hanna-Barbara Gerl-Falkovitz describe de modo original en qué consiste este “más” en comparación con una actitud de vida perfeccionista. Dice que el perfeccionismo es aburrido. Para quien trabaja “perfecto” todo tiene que marchar así como lo planea. Pero eso significa: “Uno se encuentra solamente con lo que uno mismo ha hecho” (H-B. Gerl-Falkovitz).Si en cambio aprendemos a vincularnos una y otra vez con las posibilidades de Dios – precisamente allí donde chocamos con límites – surge mucho más que lo que habríamos logrado nosotros mismos. Entonces podemos admirarnos de todo lo que es posible con nuestras débiles fuerzas. “Y esta sorpresa no es aburrida” (H-B. Gerl-Falkovitz).
El P. Kentenich marcó su actuar con esta visión. Él habla de la “ley de la resultante creadora”: allí donde es posible algo grande en medio de la limitación humana y grandes dificultades, está actuando la misericordia de Dios. Si este es el caso, la cosa tiene futuro. Este era el secreto de la actitud de vida optimista del P. Kentenich: en cuanto nos vinculamos con Dios en nuestra miseria, Él nos regala su fuerza. Entonces somos más fuertes. Lo importante es que creamos en su amor. “Por eso: Él me quiere! Sea que me regale su misericordia o que me haga experimentar mis miserias, o que con los golpes de destino arroje mi vida de allá para acá. Detrás de todo está su amor.”
© Secretariado P. José Kentenich, Schoenstatt